A pesar de que a lo largo de nuestra vida podemos establecer vínculos afectivos con muchas personas, no establecemos vínculos de apego con todas ellas, ya que este tipo de vínculo se establece sólo con ciertas personas que nos brindan mayor seguridad emocional y nos ayudan a regularnos emocionalmente cuando lo necesitamos.

 

Nuestra forma de amar y de relacionarnos en pareja es resultado de nuestra historia vincular y particularmente de nuestras experiencias tempranas de apego. Ahí es donde nacen nuestras heridas de apego, cuando alguna de nuestras necesidades emocionales es desatendida, afectando la seguridad que todo vínculo debe proporcionar.

Lo más frecuente es que estas heridas hayan surgido en nuestra temprana relación con papá, mamá o cuidadores, pero también pueden originarse en la adultez en alguna relación de pareja que haya sido importante.

Las heridas de apego son heridas del alma que impactan fuertemente en el concepto que desarrollamos y que tenemos acerca de nosotros mismos, condicionando de muchas y variadas formas nuestras relaciones adultas (la relación con nosotros mismos y con los demás).

 

Aún no he conocido a una sola persona que no porte alguna herida, la mayoría de las personas tenemos heridas de apego, pueden ser más o menos profundas, pueden estar anestesiadas durante años (te desconectaste del dolor como mecanismo defensivo), pero existe un escenario en el que inevitablemente volvemos a enfrentarnos a ellas y en el que descubrimos que al final todos, en mayor o menor medida, somos “traumas con patas”: el vínculo de pareja.

A medida que una relación de pareja avanza y va pidiendo compromiso e intimidad emocional, se reproduce el mismo escenario vincular de necesidad y vulnerabilidad que vivimos en la infancia con nuestros padres o cuidadores. Nuestras heridas quedan expuestas y se toca allí donde una vez dolió. Nuestros vacíos y carencias se convierten en reclamos, nuestros miedos se despiertan, si nuestra pareja desatiende alguna de nuestras necesidades emocionales nuestra herida sangra y se activan todos nuestros mecanismos defensivos de forma automática. Nuestra niña interior toma el mando y reacciona desde ese dolor o ese temor que sigue latente.

 

En un artículo anterior hablamos acerca de los estilos de apego. Recordemos como se ven estos estilos en los adultos:

Apego seguro: tienen una imagen positiva de sí mismas y de los demás, tienen la capacidad de establecer relaciones interpersonales saludables y satisfactorias. Buscan apoyo emocional y son capaces de brindar apoyo emocional a los demás.

Apego ansioso-ambivalente: suelen tener una imagen negativa de sí mismas pero una imagen positiva de los demás. Tienden a buscar constantemente la validación y el apoyo emocional de los demás, y pueden ser percibidas como necesitadas o dependientes. A menudo tienen miedo al rechazo y a la pérdida de la relación.

Apego evitativo: suelen tener una imagen positiva de sí mismas pero una imagen negativa de los demás. Pueden parecer emocionalmente distantes y rechazar el apoyo emocional de los demás. Suelen tener dificultades para establecer relaciones íntimas y comprometidas por su temor a ser vulnerables, invadidos y/o dependientes de los demás.

Apego desorganizado: se caracteriza por patrones de comportamiento contradictorios y confusos en las relaciones (combinación ansioso-evitativo). Este tipo de apego se asocia comúnmente con experiencias muy traumáticas en la infancia, como abuso o negligencias graves por parte de los cuidadores principales.

 

Tomar consciencia de nuestra historia y de nuestras heridas, es fundamental para comprender por qué nos comportamos como lo hacemos, por qué amamos cómo amamos y poder comenzar a hacernos cargo de sanar e interrumpir nuestros patrones vinculares insanos. Primero y principalmente el vínculo que tenemos con nosotros mismos.

Es importante que entendamos que las relaciones constituyen nuestra principal fuente de conflicto porque nos construimos a través de otros, nos dañamos en la relación con otros y nos reparamos en el contacto con otros.

 

Nuestra naturaleza gregaria nos empuja a agruparnos en manada lo que hace necesario que desarrollemos nuestra capacidad para pendular de forma equilibrada entre nuestra independencia y nuestra dependencia, entre la cercanía y la distancia, aprender a estar conmigo y a estar con otros. Mirarnos y mirar a otros cuando sentimos que algo va mal en el contacto interpersonal, entendiendo que eso que tanto nos molesta del otro, o eso que a los otros les incomoda de mí, no suele ser el problema sino la punta del hilo del que tirar:

 

  • Quien no se sintió valorado por ser quien era se creará un súper yo ideal para protegerse de la insignificancia y su sensación de no valía. O por el contrario, creerá ser ilusoriamente perfecto, no se atreverá a necesitar y mucho menos a fallar.
  • Quien nunca pudo ser niño no recordará como disfrutar, o no se lo permitirá, pero tendrá bien claro cómo ser responsable y hacerse cargo de los demás. O, por el contrario, no logrará ser adulto y se convertirá en un irresponsable y un inmaduro.
  • Quien no fue escuchado sentirá que si no alza la voz nadie le entenderá, o estará convencido de que su voz no importa, o incluso que ni la tiene.
  • Quien fue tocado con golpes, tratará de tocar a otros con violencia, o por el contrario buscará ser víctima una vez más.
  • Quien no fue mirado con amor y honestidad, aprendió a hacer cosas extravagantes e inesperadas, o por el contrario aprendió a ser invisible.
  • Quien sintió que no había espacio para su ser, no se atreverá a pedir, o sentirá que todo el mundo le debe, que el mundo está en deuda con él.

 

Por imitación o por rebelión, por exceso o por defecto, nuestras estrategias de conexión, nuestra forma de mostrarnos ante los otros y de tratar de mantenernos en una relación nos mantendrán en un bucle de profecía autocumplida: “ves como no valgo”, “ves como nadie me entiende”, “ves como soy incapaz”, “ves como…”; reafirmándonos en la creencia de que lo que falla somos nosotros, sin poder darnos cuenta de que el fallo está en las estrategias. No te rechazan a ti sino a tu disfraz.

Tenemos que “pillarnos” en esas estrategias y mecanismos, darnos cuenta de cuándo está activa esa máscara, ese disfraz que durante años fuimos confeccionando y haciendo cada vez más sofisticado:

¿Qué lo detona?, ¿En qué situaciones, lugares o con qué personas se activa?, ¿De qué me protege?

Hoy ha perdido su funcionalidad, hoy soy adulto, puedo elegir, hoy tengo más opciones.

 

La manera en la que aprendimos a vincularnos puede ser desaprendida, la podemos transformar en algo más flexible, regulado, equilibrado y funcional para poder estar dentro y fuera de nosotros, con menos sufrimiento.

 

Apego ansioso-ambivalente: Problemas de dependencia y autonomía.

Diálogo interno: “Creo que mi pareja es reacia a vincularse tanto como yo soy capaz y deseo, eso me angustia y me enreda en la idea de que no me quiere lo suficiente. No desea pasar conmigo la cantidad de tiempo que necesito. Mi anhelo de crear un vínculo tan estrecho en ocasiones lo aleja”.

El mundo ansioso-ambivalente, necesita exploración y autonomía. Necesitan emprender el camino de auto-descubrirse: descubrirse capaces, interesantes y autónomos. Elegirse a ellos por encima de otros.

Apego evitativo: Problemas de conexión conmigo y con otros.

Diálogo interno: “Me empiezo a encontrar algo molesta y nerviosa cuando mi pareja busca mayor intimidad y compromiso en la relación. No me es fácil confiar completamente ni aceptar el depender emocionalmente de ella. Suelo dar con parejas que quieren relaciones más estrechas de las que a mí me resultaran cómodas”.

El mundo evitativo, necesita permitirse sentir y aprender a leer y navegar sus emociones; necesita volver a conectar consigo mismo y volver a sentirse. Necesita reconciliarse con su vulnerabilidad y volverse su propio refugio emocional para poder dejar entrar a otros, sin miedo a morir en el intento.

Apego desorganizado: Problemas de estructura y contacto.

Diálogo interno: “Ansío que me quieran, pero las relaciones me aterran, aprendí que son un lugar de mucho dolor. Quiero la cercanía y el contacto, pero creo que me harán daño y siempre terminan haciéndomelo. Cuando alguien se acerca me quiero quedar, pero a la mínima huyo”.

En el mundo desorganizado se necesita un poquito de todo lo anterior, dependerá de hacia qué lado se incline la balanza, pero el principal trabajo es el de poner orden, nombre y estructura a cada cosa, y una vez ahí, poder rebajar la violencia interior y construir un modelo más amable consigo mismo y con los demás.

 

Los diferentes estilos de apego buscarán en las relaciones algo diferente para diferenciarse y a la vez algo conocido, aunque digan que lo conocido es muy diferente.

Para sanar tenemos que desaprender lo aprendido y aprender nuevas formas de codificar, en este caso, la seguridad y el amor.

Observar nuestros patrones, todo eso que repetimos, hacerlo con nuestra parte que solo observa, que no critica ni juzga, aprender nuevas formas de vincularnos para poder crear relaciones más conscientes, más sanas y más seguras.

 

Sanar nuestras heridas de apego, no pasa por la autosuficiencia o la hiperindependencia, estos dos caminos de huida perpetúan las heridas y las hacen más profundas, todo lo contrario, las heridas de apego se sanan en un vínculo de apego seguro, se sanan con el buen amor.

Las heridas causadas en un vínculo de apego sanan en un vínculo de apego, no necesariamente en el mismo vínculo en el que se generó la herida, pero sí a través de nuevas experiencias vinculares seguras que, dado su impacto a nivel neurobiológico y gracias a la neuroplasticidad, tienen el poder de recablear nuestros patrones insanos, transformar la manera en que nos pensamos y pensamos a los demás y darnos la oportunidad de obtener la seguridad que merecemos.

Esas nuevas experiencias vinculares pueden darse, o crearse, con diferentes figuras de apego como pueden ser una pareja emocionalmente disponible, una amistad íntima, un familiar, un terapeuta… pero será imprescindible para sanar nuestras heridas, cambiar la calidad del vínculo que tenemos con nosotros mismos, convertirnos en esa figura amorosa para nuestra niña interior y ser nuestro propio refugio emocional.

 

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No se trata de culpables, se trata de hacernos conscientes de lo que nos faltó o sobró, revisar de dónde vienen algunos mecanismos que nos generan sufrimiento y re-educarnos (re-programarnos). Porque hoy, sin duda alguna, podemos hacerlo diferente.

De corazón espero, que todo lo que comparto, te ayude a iluminar allí donde más oscuro se ve.

Un abrazo.

 

Te acompaño en tu proceso: Te acompaño en ese viaje hacia lo más profundo de ti, a ir soltando todo lo que no te pertenece, a ir poniendo luz a esas partes que tuviste que esconder, ir renunciando a la esclavitud de la aceptación de otros, volver a sentirte segura siendo tú. Sentirte adulta, aceptarte y poder darte la incondicionalidad legítima que un día quizás no recibiste y que aún hoy estás necesitando. Pregúntame sin compromiso.

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