Cuando los niños experimentan alguna situación en la que se sienten desprotegidos, asustados, vulnerables y sin recursos, y si no son acompañados y sostenidos convenientemente durante o tras el acontecimiento, entonces lo ocurrido queda grabado a fuego en su alma generando un gran dolor que provocará la herida emocional.

 

Las situaciones y experiencias en las que se originan las heridas emocionales, pueden ser muchísimas y muy variadas, lo que tienen en común es que se originan en vínculos significativos, esto es, en relación con las personas que conviven con los niños y con sus figuras de referencia (padres o cuidadores, familia cercana, profesores y en relación con otros niños). Por otro lado, las personas que pueden dotar de herramientas de protección y defensa para afrontar correctamente estas situaciones son principalmente los padres/cuidadores, la familia, los amigos y el colegio, constituyéndose como su red de apoyo.

 

Otros factores que determinan la creación de la herida emocional y su grado de intensidad serán:

La edad del niño: cuanto más pequeño es, más gravedad presenta la herida emocional ya que la vivencia del niño es totalmente sensitiva y su incapacidad para razonar y digerir lo ocurrido (psicológica y emocionalmente) provoca que el malestar quede grabado a nivel inconsciente siendo, por tanto, más inaccesible a su conciencia.
El impacto del acontecimiento: a mayor impacto (psíquico, emocional, corporal) mayor intensidad de la herida.
La duración en el tiempo del suceso: a mayor duración, mayor será la herida.
La vivencia post-trauma: en función de cómo se afronte dicho momento (si se comunica lo ocurrido, si se recibe apoyo externo, si se puede tomar conciencia real de lo injusto de lo ocurrido, etc.) la herida permanecerá por más o menos tiempo y sus secuelas sobre la vida de la persona serán mayores o menores.

 

A pesar de estos factores, todas y cada una de las heridas emocionales dejan una huella de gran dolor en el alma humana. Por ello, es importante identificar las heridas que se poseen y conocer las técnicas para sanar heridas emocionales. Existen heridas muy obvias que no hay como ignorarlas cuando una persona describe su historia. Muchas personas consideran que las heridas de la infancia surgen únicamente cuando vivieron algún tipo de maltrato, abandono real, violencia explícita, muertes, accidentes, enfermedades… Pero quisiera mencionar otro tipo de herida: el trauma silencioso o trauma por omisión.

 

Me gustaría utilizar las palabras de Virginia Gawel, porque lo explica de una forma magistral y muy comprensible:

«El trauma silencioso es aquél que quizás una persona, en primera instancia, no relataría como algo difícil que le sucedió. No es la muerte de un ser querido, una paliza que le dieron cuando era niño, un accidente, una instancia de abuso sexual… Es eso que, si lo advirtiera, le sería inmensamente lacerante o enojoso… pero que ha quedado encubierto por la realidad cotidiana: se normalizó. Se volvió parte del escenario de los acontecimientos, más que un acontecimiento en sí.

Esto se conoce como trauma por omisión: se define como aquel tipo de situación repetitiva en la que no hay la comisión de un acto injurioso (es decir, no existe una instancia agresiva que haya sido cometida por nadie). Lo que ha dejado una cicatriz es “la ausencia de”: la ausencia de afecto, de soporte, de apoyo, de abrazo, de caricia, de contención emocional en un momento de miedo, de atención, de acompañamiento en situaciones de logro, de redes de seguridad cuando somos vulnerables…

La imagen es la del niño de cuatro años en cuya casa la regla es que “ya es grande y debe vestirse solo”, de manera que va con cualquier ropa al jardín, con el cabello mal peinado, sin que nadie siquiera lo mire antes de salir. O la imagen es la de la nena de seis que ha hecho un dibujo precioso, con todo tipo de brillos y colores, y al mostrárselo a su padre él repite su actitud de siempre: mientras lee, mira TV o habla con “un grande”, un gesto con la mano que significa, calladamente: “No molestes, estoy muy ocupado”.

También la imagen es la de millones de niños que han resultado simplemente invisibles en sus casas, porque había demasiados problemas como para que se les tuviera en cuenta, o porque había una situación de duelo que absorbía toda la energía familiar, o porque, simplemente, para muchos padres ser niño es un error, y por lo tanto, hasta que se vuelvan adultos, lo mejor es que no molesten: que existan como niños de manutención emocional barata, pidiendo poco y recibiendo casi nada…

Estos niños, aunque no se les grite, aunque no se les pegue, aunque no se les ponga en penitencia, sufrirán un dolor difuso, difícil de registrar como tal: el dolor de no existir para aquellos que deberían amarlos.

No existir ni siquiera para el maltrato, es otro tipo de maltrato que, en vez de dejar la cicatriz del filo de un cuchillo, deja una que se parece más a la del ácido sobre la piel, corrosiva, esparcida y profunda”.

Con frecuencia los humanos repetimos, y quien ha padecido traumas por omisión necesita reconocerlos para, siendo adulto, poder elegir otro tipo de estilo vincular. Pues ya sabemos que lo que no conocemos de nosotros mismos tendemos a actuarlo en conductas (en este caso eligiendo relaciones que ejerzan esa palabra tan efectiva que culturalmente se ha instalado en nuestro país: el “ninguneo”. En nosotros estará el tomar debida cuenta de esta situación, y hacernos responsables de ella para no permitir, nunca más, ser “nadie” para aquellos a quienes consideramos afectivamente “alguien”. Ponerse a resguardo de cualquier nuevo trauma por omisión.

Y, en cuanto a nuestra historia, es en mi criterio siempre indispensable tener en cuenta que, ya sea por comisión o por omisión, todos tenemos cicatrices. Y que, como decía al principio, nuestra obligación para con nosotros mismos es hacernos cargo de ellas, convirtiéndolas en recursos. Con extremo coraje porque puede dar mucho miedo, atreverse a mirar dentro para hallar a las situaciones y personas responsables de ellas, y atravesar todo el enojo y el dolor que eso genera, hasta poder cruzar ese umbral.
El umbral implica soltar el pasado, que cada vez conlleva menos peso, y volvernos dueños de nuestro presente, constructores de nuestro futuro. Apoderarnos del don que el trauma guarda para nosotros: la fortaleza de espíritu».

Virginia Gawel

 

Entre las posibles consecuencias se encuentran: Reclamos, exigencias, miedos, culpa, vergüenza, inseguridad, resentimientos, adicciones, dependencia, bloqueos, …. así como otras tantas formas de autoodio.

Observa qué estás reclamando a tu alrededor y tendrás mucha información acerca de eso que te faltó o sobró en tu infancia:

 

  • ¿Qué me quedé esperando de papá?
  • ¿Qué me quedé esperando de mamá?
  • ¿Qué me quedé esperando de mi pareja?
  • ¿Cuáles son mis vacíos emocionales?
  • ¿Qué le reclamo a los demás?
  • ¿Cómo hablo de mí?
  • ¿Qué pienso de mí?
  • ¿Cómo me demuestro cuidado y respeto?
  • ¿Cuáles son mis necesidades?
  • ¿En qué medida me doy yo eso que necesito?
  • ¿Qué quiero evitar sentir?
  • ¿Qué busco por todos los medios sentir?
  • ¿Cómo encuentra mi sistema nervioso la calma?
  • ¿Qué situación no dejo de repetir? (Cambian los personajes incluso el escenario, pero la sensación es la misma).
  • ¿Cuáles son esas conductas o comportamientos que realizo y se repiten en esas situaciones?
  • ¿Qué detona esa reacción en mí? (Puede ser un gesto o una conducta de otro, una palabra…)
  • ¿Cómo comienza esa reacción? (Una emoción, un pensamiento),
  • ¿Qué alimenta y mantiene esa reacción? (Pensamientos, conductas)
  • ¿Qué historia me cuento mientras vivo la experiencia?
  • ¿Con qué sensaciones y emociones me deja?

 

La herida se creó con aquello que fue ignorado, con las emociones retenidas, con las palabras calladas, con las experiencias no contadas, con aquello que no pude asimilar ni digerir. Para sanar debemos permitirnos sentir. Queremos dejar de sentir dolor, cuando el dolor viene por no dejarnos sentir lo suficiente. La emoción es el idioma de las necesidades, de manera que, negar nuestras emociones es negar nuestras necesidades.

 

Escuchar sin juicio nuestro mundo interno, es el primer paso para liberar lo que hay dentro de él: palabras silenciadas, necesidades no cubiertas, verdades sin pronunciar, … que el cuerpo grita con la enfermedad, el dolor o la ansiedad. El cuerpo siempre encuentra la manera de pedir auxilio. Y el único camino es volver a él, volver a conectar con nuestra vulnerabilidad y experimentarnos. Y experimentarnos implica inexorablemente, exponernos.

 

Comienza a trabajar en tu autosanación:

HERIDAS DE APEGOHERIDAS DE INFANCIA EBOOK

Espero de corazón, que cada una de las páginas de estos manuales te ayuden a identificar tus propias capas de dolor, averigües de que se compone cada una de ellas, entiendas la función que cumplieron y de qué te intentaron e intentan proteger, qué las detona y cuál es su secuencia. Que todo esto te sirva para ir quitando poco a poco y con mucho cariño, todas esas capas que te separan de tu esencia y puedas al fin descubrir todo lo que eres en realidad.

El trabajo completo, apego, dependencia, regulación emocional y heridas de infancia (formato tapa blanda o formato digital): El manual de autosanación «Herida. Comprender y sanar a mi niña interior». Un viaje a tu interior que se compone de 30 capítulos y 13 anexos. 594 páginas que te ayudarán a identificar tus propias capas de dolor, de qué se compone cada una de ellas, que entiendas la función que cumplieron y de qué te intentaron e intentan proteger, qué las detona y cuál es su secuencia.

 

No se trata de culpables, se trata de hacernos conscientes de lo que nos faltó o sobró, revisar de dónde vienen algunos mecanismos que nos generan sufrimiento y re-educarnos (reprogramarnos). Hoy podemos hacerlo diferente.

 

De corazón espero, que todo lo que comparto, te ayude a iluminar allí donde más oscuro se ve.

Un abrazo.

 

Te acompaño en tu proceso: Te acompaño en ese viaje hacia lo más profundo de ti, a ir soltando todo lo que no te pertenece, a ir poniendo luz a esas partes que tuviste que esconder, ir renunciando a la esclavitud de la aceptación de otros, volver a sentirte segura siendo tú. Sentirte adulta, aceptarte y poder darte la incondicionalidad legítima que un día quizás no recibiste y que aún hoy estás necesitando. Pregúntame sin compromiso.

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